Acabo de pasar unos días en Carcassonne, en el sur de Francia. Una villa amurallada donde parecen vivir en un permanente mercado medieval.
ADIÓS, UNDERWOOD
Por razones de espacio he tenido que prescindir de un armatoste muy querido; una máquina de escribir Underwood que mi família compró en 1955. Echaré de menos el sonido de las teclas, el tabulador y el rodillo. Ecos del pasado...
APRENDIENDO A DIBUJAR
Creo que los autores de esta publicidad no tenían muy claro como es eso de ser dibujante...
Y ahora, mi última chorradilla. Me ha quedado un poco guarrilla, qué le vamos a hacer... la primavera, que empieza a alterarme
LA DOMADORA
ADIÓS, UNDERWOOD
Por razones de espacio he tenido que prescindir de un armatoste muy querido; una máquina de escribir Underwood que mi família compró en 1955. Echaré de menos el sonido de las teclas, el tabulador y el rodillo. Ecos del pasado...
APRENDIENDO A DIBUJAR
Creo que los autores de esta publicidad no tenían muy claro como es eso de ser dibujante...
Y ahora, mi última chorradilla. Me ha quedado un poco guarrilla, qué le vamos a hacer... la primavera, que empieza a alterarme
LA DOMADORA
Topacio tiene una cita con Amatista, una domadora de leones. Ella le espera en la pista del circo, frente a la jaula de los felinos, envuelta en olor a churro chamuscado y cacas de león. Cuando Topacio aparece, Amatista –vestida únicamente con un ajustado corpiño de cuero negro- hace restallar teatralmente su látigo. Los leones rugen al ver aparecer a Topacio y Amanita entra en la jaula para fustigarlos. Las fieras parecen aceptar los latigazos resignados y hasta con un punto de deleite que pone celoso a Topacio: “Amanita, ¿me das con el látigo?”. Ella le azota un poco, lo justo para causarle pequeñas heridas que ahora lame con avidez. Tendidos sobre el serrín, Topacio acerca sus labios hacia el pubis de Amanita, pelirrojo como las melenas de sus leones. Amanita agarra a Topacio por las orejas y le empuja hacia su hendidura que se abre de tal manera que toda la cabeza de Topacio penetra en la cavidad donde el aire es denso, pesado, como una selva impenetrable. “Ahora lo entiendo” –se dice Topacio-, es una versión para adultos del domador que introduce su cabeza en las fauces del león…”
A Topacio le cuesta respirar. Saca la cabeza de la vulva con un flujulento Plop. El haz de un potente foco le deslumbra. Por toda la carpa retumban los aplausos de un público enfervorizado por el algodón de azúcar y la música de organillo. En la primera fila, un niño aplaude con tanto entusiasmo que se le cae a la pista su bombón helado.
Topacio se siente ahora algo violento y se pregunta si tendrá que saludar.