La Ciudad se escondía bajo la humedad delirante de una niebla espesa y obstinada. Al llegar la noche empeoró la situación. Todo parecía abandonado a la viscosidad que empapaba piedras y cuerpos. Las farolas, fantasmales y desprovistas de base, no ayudaban a orientarse. No había cielo, ni sol, ni horizonte, sólo una niebla amarillenta que se estaba volviendo púrpura.
Juno y Diana se movían lentamente por los callejones cogidos del brazo. La visibilidad era prácticamente nula.
-No sé cómo consigues orientarte –dijo Diana que no conocía el barrio.
-Muy fácil: cuento las esquinas.
El sistema era sencillo pero eficaz. Avanzaban ahora despreocupadamente hasta que otra pareja surgió de repente de una esquina. Juno sintió que Diana era arrancada de su brazo mientras él mismo era proyectado hacia atrás. Vieron formas confusas que intentaban conservar el equilibrio y se sucedieron las exclamaciones:
-¡Perdón!
-¡Maldita niebla!
-¿Os habéis hecho daño?
-No, sólo el susto… ¡Já, já!
Se lo tomaban con humor. Juno sintió que Diana se le volvía a colgar del brazo y con unas últimas palabras de excusa dieron el incidente por terminado.
Doblaron la esquina y fue entonces cuando Juno sintió una repentina excitación como si estuviera cargado de electricidad. Estaban empapados de sudor en plena calle y nadie podía verles con esa niebla lechosa y sofocante. Ella también debía sentir lo mismo porque atrajo a Juno tirando de su brazo hacia una pared de ladrillo. Juno le abrió las piernas y le levantó el liviano vestido veraniego, le costaba quitarle las bragas que estaban pegadas al cuerpo por el calor, Juno se las arrancó de un tirón y el sonido de la tela rasgada le enloqueció. Sintió que las piernas de ella le enlazaban por la cintura y cuando oyó un gemido de placer supo que había acertado. La electricidad fluía de uno a otro cerrando el circuito, pasando a una trepidante sucesión de orgásmicos jadeos y gemidos.
-Ufff –Juno suspiró mientras se subía los pantalones. Sudaba copiosamente- … creo que habría que repetirlo más a menudo.
-Pero, oye … –dijo ella aún jadeando- ¡Tu voz no suena igual!
-La tuya tampoco. ¿No eres Diana?
-¿Diana? ¡Me llamo Sara!
Cayeron en un estado de desazón y vergüenza bíblica. Durante un rato no se atrevieron a dirigirse la palabra hasta que Juno rompió el silencio:
-Vamos, hay que intentar encontrarles. Diana no sabe orientarse por este barrio.
No fue difícil encontrarles, la otra pareja estaba en un callejón a unos pocos metros. Juno y Sara reconocieron inmediatamente los gemidos.
FIN
Ilustración que me encargaron para ORQUESTA DIABLO, un grupo de Tango-Rock con toques de Piazzola.
Y ya que se ha mencionado el tango... ¡Frodo y su humor argentino!!!