Vespucio Camper camina por un sendero de grava cuando advierte un nutrido grupo de personas en torno a un objeto tendido en el suelo. La grava cruje bajo sus pies como si anduviera a cámara lenta. Entonces ve que el objeto es un hombre, era un hombre, tendido sobre el asfalto. Mira de soslayo un coche destrozado con manchas de sangre que van desde el sillón del conductor hasta el cadáver envuelto en una especie de lona dorada brillante, como un regalo de Navidad.
Llega una ambulancia sin luces giratorias y con las sirenas apagadas. Claro, no hay prisa. Sacan una camilla con ruedas empujada por dos enfermeros. Un hombre trajeado habla con un agente de policía, sin duda el juez que viene a levantar el cadáver. A Vespucio siempre le ha hecho gracia esta expresión -levantamiento de cadáver-, como si el juez fuese un Lázaro que ordena al difunto: “Levántate y anda”.
Entonces Vespucio repara en los pies que asoman debajo de la lona; falta un zapato. Curioso. Recuerda haber visto en los noticieros imágenes de fiambres tendidos en el suelo víctimas de colisiones, accidentes, atentados… siempre les falta UN zapato. Nunca pierden los dos zapatos, o conservan los dos. No, a esa clase de muertos siempre se les sale un único zapato. ¿Porqué?
Ensimismado en sus pensamientos Vespucio cruza la acera sin mirar. Unos potentes faros le deslumbran como a uno de esos conejos que cruzan la carretera de noche. Vespucio salta hacia atrás justo a tiempo de no ser arrollado por un enorme camión alemán que transporta lavadoras suizas. El camión tiene los cristales ahumados lo que le da un aire siniestro, como aquel vehículo de la película El diablo sobre ruedas, y se aleja surcando un gran charco de agua que salpica a Vespucio dejándolo más empapado que un gato en una lavadora. Éste, aturdido, le cuesta levantarse del suelo a causa del temblor de sus piernas. “Uf, estoy entero de milagro” –piensa. Toma aire y cuando empieza a caminar se da cuenta de que a su pie derecho le falta un zapato. Avanza unos pasos, el pie enfundado en un calcetín blanco de algodón nota la aspereza de las baldosas de granito. Busca su zapato extraviado pero no lo encuentra.
-Vaya, parece que la Parca se ha adelantado con su trabajo –dice, y luego -: espero que me devuelva el zapato.
FIN
¡HA VUELTO EL GRAN MELMOTH!
EL ESPANTAPÁJAROS.Cuando era niño mi pueblo estaba rodeado de campos sembrados y de espantapájaros que los custodiaban. La mayoría de ellos estaban construidos de manera chapucera que se asemejaban a los mismos campesinos vistos de lejos. A veces veía a toda una familia construir uno como si se tratara de un muñeco de nieve.
Recuerdo que en mi pueblo se comentaba que una vez un joven perdidamente enamorado de la hija de un campesino déspota tenía prohibido acercarse a su hija y a su casa. El pobre hombre se le ocurrió suplantar al espantapájaros que custodiaba los campos de aquel cretino, para poder ver de cerca a su amada sin ser visto por ellos. Lo desmontó una calurosa noche de verano y se puso los ajados retales y el penoso sombrero. Luego, se enfiló sobre la base de madera en forma de cruz y allí se quedó con los pies colgando. Le debió costar lo suyo. Sin embargo, no previó que le resultaría imposible volver a contactar con el suelo. Murió de inanición, crucificado y sin haber pedido ayuda para no incomodar a su amada ni alertar a su perverso padre que, por otro lado, se pasaba las horas mirando con orgullo a su espantapájaros, hasta que un día los gorriones, garzas y cuervos se pusieron a picotearlo frenéticamente. Se dice que el viejo hasta que no se dio cuenta del motivo, estuvo maldiciendo al espantapájaros por su ya inútil existencia.
FIN
LA RECETA: CAVIAR DE POBRES