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LAS VISITAS DEL CALAMAR

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Gregorio Halibut se removió para colocarse en una posición más cómoda y entonces percibió ese olor a marea baja propio de la actividad sexual. Nada de eso había ocurrido en la cama de Halibut desde hacía mucho tiempo y se estremeció ligeramente cuando su mano tropezó con algo húmedo y cartilaginoso. Apartó las sabanas de un tirón y descubrió un calamar.

Aquello era tan insólito que Halibut se sintió más desconcertado que inquieto. Sosteniendo uno de los tentáculos entre dos dedos fue hacia el lavabo y arrojó el cefalópodo al inodoro.

Por la mañana Halibut tomaba café observando distraído el juego de los rayos del sol filtrándose por las rendijas de la persiana. Frunció los ojos y unos globos acuosos y distantes le devolvieron la mirada. Un calamar estaba recostado sobre la jarrita de leche con sus tentáculos colgando indolentes en un ángulo de la mesa. Mientras Halibut observaba el calamar siendo tragado por el inodoro decidió pedir hora al doctor Fletán, su médico de cabecera.

 El médico lo miraba ceñudo y profesional cuando le pidió a Halibut que le hablara de su infancia. Halibut relató su niñez solitaria, con un padre distante que prefería dejarlo al cuidado del tío Lucio –el rarito de la familia- que le colmaba de atenciones y regalos. Fue entonces cuando el doctor le preguntó:

-¿Cuál era el trabajo de su tío Lucio? –y cuando Halibut respondió que tenía una pescadería la voz del doctor adoptó un tono severo: -Ahí está el quid. Su estado emocional, necesitado de afecto, quiere emular la presencia y los regalos de su tío Lucio, el pescadero. Esos mensajes que le lanza el subconsciente como una bengala de socorro los representa ese calamar que usted imagina ver…

-No son imaginaciones, doctor – le interrumpió Halibut-. Percibo incluso el olor a pescado rancio de ese bicho.

-¿Cómo?! –el médico se alteró-. Eso es alarmante, las alucinaciones olfativas suelen ser síntoma de lesión cerebral – escribió una dirección en un papel y se lo entregó a Halibut-: Se dirigirá lo antes posible a este centro donde le harán unas pruebas, tendrá que permanecer allí una semana. Es un sitio agradable, como un balneario.

Este lugar estaba en la costa. Halibut se dispuso a preparar su equipaje. Al abrir la maleta apareció un calamar que parecía saludarle con un tentáculo alzado y recostado sobre una hebilla.

 Halibut conducía por la curvilínea carretera de Garraf. Desde su ventanilla veía las playas blancas y las olas chocando imponentes. Un túnel lo ingirió y la radio se animó súbitamente al sonar un viejo tema de Flash and the Pan: Squid Dance. Halibut movió apresuradamente el dial convirtiendo la melodía en una sucesión de medias palabras atropelladas. Cuando descubrió que había dejado atrás el túnel y que se dirigía hacia un abismo intentó girar con un chirrido atroz de los neumáticos. Perdió el control del vehículo, se precipitó al vacío y en perfecta parábola aterrizó en un mar que lo saludó con siniestra calma.

El coche se hundía con rapidez. Halibut abrió la ventanilla para poder salir cuando el vehículo al llenarse de agua se posara sobre el fondo, pero cometió el fatal error de no desabrochar antes el cinturón de seguridad. Forcejeó inútilmente con el cierre hasta que dejó escapar su vida con un burbujeante estertor.

Minutos después una sombra blanca, pequeña y fantasmal penetró por la ventanilla. Un calamar se acercó al inerte cuerpo y le rodeó afectuoso el cuello con sus tentáculos. Permaneció en esta posición dejándose mecer por la corriente, agitando perezosamente las branquias y con la cabeza recostada sobre la mejilla de Halibut.

HANNIBAL LECTOR.

FRODO Y SU HUMOR ARGENTINO:

LA RECETA. CALAMARES ENCEBOLLADOS
Seguimos con esos cefalópodos. Foto: Silvina.
Con la mejor de tus sonrisas pide en la pescadería que te preparen los calamares separando la cabeza de las patas y cortándolo en aros. 
Pela la cebolla y córtala en tiritas finas. En una sartén añade un poquito de aceite, ponla a fuego lento y echa la cebolla. Hazla así, muy poco a poco, pochándola, para que se caramelice con sus propios azúcares durante 15 minutos  hasta que empiece a dorarse ligeramente.

Transcurrido ese tiempo, añade los calamares a la sartén, echa un poquito de sal y sube el fuego al máximo. Remueve y dale vueltas durante 5 minutos y agrega el vino blanco. Déjalo otros 5 minutos a fuego fuerte para que se evapore el alcohol pero con cuidado de que no se pegue ni la cebolla ni los calamares a la sartén.

Retirar del fuego, y probar y rectificar de sal si es necesario. Recomiendo acompañarlo con arroz blanco del alargado, tipo basmati.






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