Se cortó bruscamente la luz eléctrica en un rascacielos de la calle Bilenio.
Alfa y Romeo, una joven pareja residentes en el nivel 21, volvían de la compra la mañana siguiente alumbrándose con una linterna. Era una dura subida pues el ascensor –sembrado de vidrios rotos y latas de cerveza vacías- no funcionaba. Igual que el aparato de aire acondicionado y el aire inmóvil del cálido verano se hacía notar en la escalera. Al llegar al rellano 14º encontraron a un vecino que había encendido un fuego con hojas de correo comercial y asaba en un espetón el perro caniche de un vecino del nivel 16. Lo había rellenado con ajo y hierbas. Les guiñó un ojo:
-Si puedes oler a ajo, todo va bien-. Les dijo abanicando las llamas.
-¿No te parece que los vecinos se están comportando de una manera extraña? –dijo Alba mientras Romeo abría la puerta de su apartamento.
-Las vaginas son mucho más difíciles de pintar que los penes- comentó Romeo que era profesor de arte en un instituto mientras se quitaba los pedazos de cristal clavados en las suelas.
Al tercer día de oscuridad los suelos de los rellanos estaban cubiertos de desechos y sobras de comida… además, Alfa y Romeo empezaron a percibir miradas hostiles desde algunas puertas entornadas. Decidieron no volver a bajar por las escaleras y pedir comida a domicilio. Cenaron frente a la ventana del salón a la luz de las velas. Aquel intento de cena romántica se vio perturbado por la visión de dos vecinos que se arrojaron al vacío desde balcones superiores.
-Eso tiene que ver con el apagón –dijo Alfa que era profesora de antropología-. En las tinieblas la gente se siente impune y descubre su lado más oscuro y atávico.
-¿Pero porque a nosotros no nos afecta? –preguntó Romeo mojando el sushi en salsa de soja y wasabi.
-Ni idea, cariño.
Al día siguiente pareció flotar en el ambiente una tensión aún más espesa que el hedor de las bolsas de basura amontonadas. Alfa y Romeo observaron por la ventanilla de la cocina un grupo de residentes de aspecto andrajoso que los miraban beligerantes y hostiles desde el rellano del piso inferior. Como obedeciendo una silenciosa señal se abalanzaron sobre los peldaños cubiertos de deshechos en dirección a la pareja.
Alfa y Romeo cerraron apresuradamente la puerta y la apuntalaron con una improvisada barricada de muebles. “Esto parece La noche de los muertos vivientes” –pensó Romeo.
La pantalla de televisión se iluminó –Alfa y Romeo habían olvidado desconectarla- y repentinamente los rostros de los invasores se iluminaron:
-¡La luz…! –jadeó el veterinario del nivel 8.
-¡Televisión! Es una serie sobre los viajes de Cristóbal Colón –exclamó una informática del 19º nivel-. Mirad, el papel de Colón lo hace un actor negro. Claro, como es de Netflix…
Ahora el salón parecía una réplica tridimensional de un cuadro de Hopper con los rostros de los vecinos iluminados por la pantalla. Entre ellos está el presidente de la comunidad que conservaba algo de influjo a pesar de sus harapos hediondos y algunas heridas de arma blanca.
-Queridos vecinos –dijo-: ahora que estamos cierto número aquí reunidos podríamos hablar sobre la derrama de la azotea.
FRODO Y SUS REFLEXIONES ARGENTINAS
LA RECETA: Pollo a la chilindrón (Foto: Silvina)
Sofreír los trozos de pollo en aceite y retirarlos.
En la misma cazuela freír pimiento verde y rojo cortado fino, cebolla picada y unos taquitos de jamón. Cuando se vean las verduras trasparentes añadir 1 bote pequeño de salsa de tomate.
Reducir un poco y verter 1 vaso de vino blanco.
Tapar la cazuela y dejar cocer a fuego lento media hora.
¡Buen provecho!