La semana pasada estaba aguardando a que el semáforo se pusiera verde cuando me abordó un extraño sujeto que me transmitió un apocalíptico mensajé:
Su aspecto -escuálido, revuelta cabellera y barba blanca- me recordaban a alguien... ¡Claro, Caronte! El barquero que llevaba a los difuntos al otro lado de Estigia a cambio del pago de un óbolo, uno de mis personajes favoritos de la mitología griega, y entonces me puse con este relato:
BILLETE DE IDA A LA LAGUNA ESTIGIA
Su aspecto -escuálido, revuelta cabellera y barba blanca- me recordaban a alguien... ¡Claro, Caronte! El barquero que llevaba a los difuntos al otro lado de Estigia a cambio del pago de un óbolo, uno de mis personajes favoritos de la mitología griega, y entonces me puse con este relato:
BILLETE DE IDA A LA LAGUNA ESTIGIA
La luna traza trémulos reflejos en las negras aguas de la laguna. Caronte aguarda ante la enorme proa en forma de cuña. La barca cabecea bruscamente por el oleaje sacudiendo a los mareados pasajeros que se apretujan a bordo. El anciano barquero discute con un guerrero que lleva la armadura ensangrentada y el cuello traspasado por una lanza:
-¡Qué no, Héctor! Por muy héroe de la Guerra de Troya que seas no te puedo dejar subir a la barca sin pagar un óbolo como todo el mundo.
-Los aqueos ataron mi cadáver al carro de Aquiles y me arrastraron –dice Héctor-. Supongo que fue entonces cuando perdí el monedero.
-Se siente. Ya dejé subir por la cara a Hércules y me costó un marrón de un año de cárcel. Que esto es una democracia ateniense con sus normas y no una satrapía donde todos hacen lo que les sale de los pseftokefedes.
-¡Oh, Héctor! Si en la barca de Caronte quieres viajar, un óbolo tendrás que apoquinar – recitan unas mujeres con largas túnicas negras.
-¡Hala, ya has oído al coro griego! –Caronte señala con la pala del remo hacia la playa- Tendrás que vagar durante cien años por las orillas de Estigia y luego te dejaré subir gratis a la barca. Son las reglas. ¡Aire!
-¡No hay derecho, nos tratan como ganado! –protesta Psique vomitando por la borda.
-¡Si no está contenta váyase nadando, señora! –Caronte repara en un nuevo pasajero, un hombre de aspecto solemne que viste un manto de hilo egipcio-. ¡Isósceles! No te esperaba tan pronto.
-Ahora que había diseñado un triángulo tan cuqui… -se lamenta Isósceles depositando un óbolo en la mano izquierda de Caronte.
Héctor se aleja cabizbajo y cuando comprueba que nadie le observa se esconde entre la oscuridad de un escollo. Desde allí distingue a un hombre canoso vestido con jersey de cuello cisne y tejanos que se dirige a Caronte con aire desenvuelto:
-¡Hola, buen hombre! Soy Tikis Mikis Teodorakis, el compositor. Sí, amigo. ¡Zorba el griego! -ejecuta unos pasos de sirtakis-. ¿No le suena? –Caronte le mira con hosquedad y no parece reconocerlo-. Mire, esto ha sido muy repentino. Estaba en el estudio de grabación y… bueno – Teodorakis rebusca en sus bolsillos-, ahora no sé si llevo suelto.
Héctor decide aprovechar la distracción de Caronte. Salta al agua, se agarra a la cubierta y de un ágil salto se deja caer en la popa ocultándose detrás de la caña del timón.
Agazapado, Héctor oye vociferar a Caronte:
-¡Le repito que no, señor Teodorakis! ¡Que no acepto Visa ni ninguna tarjeta de crédito!!!
FIN
¿NOS HACEMOS UNAS PSEFTOKEFEDES?
Son las típicas albóndigas griegas. Me gusta hacerlas yo mismo mezclando en un bol la carne picada, el pan rallado, concentrado de tomate, orégano y nuez moscada; pero si hay prisa se pueden comprar en la carnicería listas para freír. Lo importante es acompañarlas con la salsa Tzatziki:
Enharinar y freír las albóndigas en aceite bien caliente hasta que se doren. Dejarlas reposar sobre papel de cocina para eliminar el exceso de grasa.
Para preparar la salsa Tzatziki: pelar un pepino grande y quitarle las semillas, cortarlo a trozos y mezclarlo en un bol con yogur, 1 diente de ajo, 1 puñado de hojas de menta y un chorrito de aceite de oliva. Triturar todo en el vaso de la batidora y servir las albóndigas acompañadas del Tzatziki.